Mi entrada en muchos países es gloriosa. Java, aunque no es un país diferente lo tomo casi como si lo fuera.
Llego en autobús a Jakarta, con la prisa para renovar mi visado. Estamos en la gran urbe cuando el autobús se detiene. "El guiri! que se baje!" gritan. Yo obedezco. Saco la bici, monto todo y trato de situarme. No sé dónde estoy, es de noche, no ni tengo luces ni mapa ni dirección donde ir. Como preguntando se llega a cualquier sitio inicio mi andadura hacia no sé dónde. Voy tirando hacia el centro, es sábado noche y hasta el lunes no puedo quedar con la gente de Bike to Work. Cuando llevo algunos km empieza a llover, lo cual aprovecho para cenar. En el restaurante unos comensales me invitan a la cena, les debo dar pena. Llega un momento que los del restaurante me echan, tienen que cerrar. Fuera diluvia. Les pongo cara de corderito y trato de autoinvitarme a un trozo de suelo pero es inútil. Ni siquiera la lluvia les ablanda el corazón. Salgo a la lluvia y en segundos estoy absolutamente calado. Durante hora y media deambularé dirección a la Jalan Aksa bajo el diluvio y soportando los baños no deseados de los coches cuando pasan junto a mí y un charco. Encuentro la calle y trato de buscar habitación. La gente me confunde con un indigente. Creo que hasta les doy asco. Finalmente tras varios intentos fallidos doy con una habitación infestada de mosquitos. Pero la ducha es gloriosa, y la cama también. Llevo más de 30 horas de viaje. Pero no es como se empieza, sino como se acaba y Java se portará muy bien conmigo...
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